Dos costuras para salir de la pobreza

Jugar béisbol para brindarle un mejor estatus económico a sus familiares es la meta principal de los jóvenes prospectos venezolanos. Anualmente, por equipo, las organizaciones del béisbol estadounidense firman a 100 peloteros por un bono entre 15 mil hasta 5 millones de dólares.

Por Alejandro Díaz

Hay palabras que les cuestan pronunciar, pero decir béisbol se les hace sencillo. Es raro escucharlos, a veces solo se conforman con decir sí o no. Sus labios no se despegan cuando ambos advierten tener una respuesta un poco más larga. Esto último es un símil que los representa, se valen uno de otro, típico de morochos. Solo observan, ríen poco y entrenan hasta que el sudor recubra su cuerpo.

Ni leer, ni escribir, sin clases, sin fiestas, sin amigos, sin familia. Solo béisbol: recta, curva, cambio, slider. No dicen más que eso. Los primeros que ven salir el sol son ellos. Su rutina de entrenamiento comienza a las siete de la mañana y termina a las cinco de la tarde, solo interrumpido por las comidas y la siesta. En la mañana en un campo de béisbol y en la tarde en las instalaciones de la academia de béisbol. No hay nada más que bases, tierra, pelotas, bates y líneas de cal.

Enrique y Guillervi Palacios son lanzadores con tan solo quince años, zurdo y derecho. Son los únicos morochos de siete hermanos. Su padre trabaja en una finca como agricultor en Capaya y su madre de lo que consiga, nada fijo. Todos viven en una humilde casa que le dio el estado venezolano hace algunos años debido a la misión vivienda: sencilla, sin muchas cosas, como ellos la describen. Ninguno de ellos jugó béisbol desde niño, a los doce años entendieron que solo querían ser peloteros como única opción para sacar a su familia adelante.

– ¿Fácil conseguir el gas? -respondió con sarcasmo Guillervi-. A veces agua y luz siempre hay. Internet solo en la plaza, la señal allá en Capaya es mala. Llegamos hasta sexto grado.

Los morochos nunca buscaron al béisbol, sino que la pelota los buscó a ellos. Un comisario de su pueblo vio condiciones para que estos jugasen a la pelota con tan solo ver su físico, sin jamás verlos jugar. Dejaron todo atrás por firmar, a tal punto de que volver a casa aunque sea de visita ya no es una opción. Solo entrenar, entrenar y entrenar, de lunes a domingo. Las opciones de su familia para salir adelante están en ellos.

– Esto ayudará a sacar a mi familia adelante. En el béisbol hay demasiado plata aquí. El sueño mío es sacar a toda mi familia de allá del pueblo y ponerlos en un sitio mejor -exclamó Enrique con bastante entusiasmo.

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No son los únicos que persiguen lo mismo, año tras año cada una de las organizaciones de la pelota estadounidense estipulan aproximadamente un centenar de firmas que se convierten en oportunidades. Hasta el sol de hoy un joven prospecto puede recibir un bono desde 15 mil hasta 5 millones de dólares.

Para los Palacios serán dos oportunidades que parecen una misma. Guillervi espera que tanto él como su hermano logren la meta de firmar con una organización y avanzar hasta ser un grandeliga. Sus motivos, incluso, son los mismos.

-Lo haría por ellos, por mis papás, mi abuela, mi abuelo, mis hermanos, que están pasando trabajo -expresó Guillervi con algo de esperanza en sus ojos brillantinos.   

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Entre las siembras, su padre recogió algunas piezas de oro. A los hermanos Palacios le preguntan la edad y si dijeran más de veinte cualquiera les creería. Tienen quince años y son más fuertes que un adulto promedio. David Belandría, el fisioterapeuta que los chequea todas las tardes en la academia, explica que el hecho de que ambos colaborasen en actividades en el campo para ayudar en su casa cuando eran más chamos, aunado a la genética, lo convirtieron en promesa de este deporte.

-Haciendo comparaciones con niños entre 15 y 16 años, ellos tienen una ventaja física y corporal. Ellos soportan una exigencia física más demandantes que niños un poco más delgados y pequeños -explicó Belandría.

Al iniciar la mañana, cuando el reloj marca las 7, los morochos ya están despiertos. Los dos salen a calentar, estirarse un poco antes de ejercitar su brazo de lanzar. Calientan entre ellos, lanzan unas 20 o 30 pelotas para acostumbrar el brazo. Toman rollings y lanzan a las bases, crean jugadas y hacen acciones de juego. En oportunidades, tienen sesiones de bullpen para evaluar la velocidad de sus pitcheos. En la tarde todo se repite, pero una sesión de gimnasio cierra su jornada de trabajo. Sin descanso.

La academia a la que pertenecen en la capital del país tiene todas las instalaciones para el desarrollo de un pelotero: gimnasio, caja de bateo, consultorio médico, dormitorios, entre otras cosas. Al terminar la jornada, solo deben cruzar la calle para ir al complejo. Tienen que subir dos pisos. En el recorrido solo imágenes y frases de motivación adornan el lugar. “El éxito es constancia”, por ejemplo. Al igual que fotos de los jugadores más representantes del béisbol, así como el logo de diferentes organizaciones.

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Cada uno de los cuartos tiene el emblema de una organización de la pelota estadounidense. La habitación de los morochos tiene el logo de los Piratas de Pittsburg, aunque el deseo de ambos es pertenecer a los Yankees de New York.

Antes recibían clases de inglés y hacían yoga luego de terminar la práctica, pero eran tan solo dos veces a la semana y a efectos del empresario ya no le parecía tan importante. Los lanzadores morochos no tienen otra actividad sino jugar béisbol. Enrique dice con una sonrisa a medio dar que es lo único que sabe hacer, mientras que Guillervi expresa que está haciendo lo que le gusta.

Los venezolanos son considerados piezas de gran atractivo para la industria del béisbol. Todo lo que se siembra en estas tierras tiene la posibilidad de jugar a la pelota profesional: lanzas una semilla y obtienes la mejor cosecha. Desde que el primer pelotero venezolano llegara a las grandes ligas ya han pasado cuatro centenas de talentos criollos al béisbol estadounidense. La mayoría de ellos jóvenes sin recursos que, con su talento, pasaron de tener nada a tenerlo todo.

Ya en el país es una opción desde que el niño nace: jugar béisbol para que sea un grandeliga. Este es la gran mayoría de los casos, incluso sacarlos del colegio para que tengan tiempo para dedicarse el deporte es algo natural en el país. El analista de béisbol y comentarista de transmisiones deportivas Fryddmar Álvarez apunta que vivimos en una sociedad en donde el béisbol es como la religión y por ende los prospectos son como los apóstoles.

-Esta es la posibilidad de que con tu talento puedas sacar adelante no solo a ti mismo, sino a tu familia. Es equivalente a ganarse una lotería -comentó Álvarez.

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El comentarista de béisbol hace referencia a la nueva dinámica de las academias de béisbol en el país, en la que a los peloteros desde muy jóvenes los convierten en un producto, como un pollo de engorde. Entonces se saltan muchas etapas del ser humano: ir a la escuela, a la universidad, tener novia y demás.

-Hay un nuevo fenómeno de pelotero: como pollo de engorde, para firmar y más nada. A mí como academia no me interesa si llegan o no, solo que firmen y que me den la parte del acuerdo y chao. Hay peloteros que levantan muchas expectativas y que no llegan, mucho se debe a todo esto  -explicó Álvarez.

Los hermanos Palacios reciben más de tres comidas al día en las instalaciones de la academia. Cada instante su cuerpo pierde calorías, por lo que siempre deben estar ingiriendo alimentos. Y vaya que los platos son bien resueltos, imagínense un niño recreando  una torre encima de un plato. Hasta esos niveles puede llegar la comida de estos prospectos. Además, son inyectados para mejorar la musculatura de su cuerpo y así firmar lo más pronto posible.

El receptor Javier Pariguan es otro gran caso. Es de esos peloteros que no jugaron béisbol desde pequeños, sino que la inquietud de sus familiares le permitieron estar en un estadio. Pariguan jugaba fútbol y pelotica de goma en las calles del Estado Bolívar.

-Nunca me gustó el béisbol. Solo eran mis estudios y mis cosas. No me gustaba ningún deporte. Después que mi tío me llevó a la práctica, me empezó a gustar -expresó Javier.

Pariguan practicó, jugó y se desarrolló en su tierra. Su gran talento lo llevó a convertirse en un prospecto de la pelota, por lo que viajó a la capital para ingresar a una academia que le facilitase comida, traslado, asistencia médica, entrenadores e implementos deportivos.

Sus razones de jugar y buscar la firma no son tanto por amor al deporte. El joven receptor palpó desde muy joven las necesidades en su hogar, a tal punto de mencionar que hace tres diciembres no había ni para un plato de comida en su casa. Dependían de terceros, tíos o algún familiar que les diera algo de comer.

-Como todos sabemos, la situación no está fácil. Una vez duramos un mes sin comer, a veces comíamos poco. Nos la vimos muy feo. Ni mi papá y mi mamá no tenían empleo. Y lo poco que comíamos eran ayuda de algunos familiares -relató el joven receptor.

Los padres de Pariguan buscaban hasta por debajo de las piedras para que este tuviese sus implementos deportivos. Su madre fue vendedora de una marca de productos. Le iba bastante bien, era la que mantenía la casa. Pero dedicó su tiempo a su hijo para que se convirtiera en un jugador profesional. Su padre no tuvo suerte con los empleos, pero según el receptor su progenitor mataba tigritos y actualmente vende café y cigarro en las calles.

-Mi hermano siempre me dice que lo hiciera por la familia. A lo mejor él no tiene la plata necesaria para ayudarnos bien, no le da como él quisiera. Creo que él quiere que sea yo el que ayude a mi familia como tal, le compre la casa a mami y que mi familia no tenga que salir a la calle a guerrear por nosotros -contó Javier Pariguan con voz temblorosa.

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Un tryout es una exhibición del rendimiento del deportista frente a los cazatalentos del béisbol estadounidense. Javier le tocó enfrentar a varios lanzadores y batear en ambos lados del plato. En sus primeros turnos la sacó del estadio en par de oportunidades. Algunos scouts dicen que defiende el home como un hombre, se lanza y cubre la pelota como un verdadero grandeliga. Los Atléticos de Oakland lo firmaron por 150 mil dólares.

Pariguan cuenta la emoción del momento, lágrimas y alegría era lo único que sentía. Tanto esfuerzo se vio recompensado en cuestión de minutos. No solo era ver el sueño de él, sino el de toda una familia. El bolivarense recibió una llamada internacional. Su madre gritó de la emoción por teléfono.

-Cuando firmé, mi mamá estaba enferma y cuando le dije como que se le quitó todo -contó Pariguan-. Con el bono que me dieron, yo pienso dárselo a mi mamá. De una u otra manera, ella es la que tuvo conmigo. Quisiera comprarle una casa en la que pueda vivir bien, en la que no esté preocupada que si con la luz, con el agua. Ella me ha dicho que ese dinero es mío, pero yo se lo quiero dar a ella porque ella me lo dio todo a mí.

De ser niños a ser los hombres de la casa. La psicóloga Adriana Paz Castillo explica que existe un proceso de autonomía acelerado, ya que estos jóvenes se les ve reprimida su adolescencia, incluso comenta que al firmar comienzan a ser cabecillas del hogar, cumplen un rol de protección y proveedores de la estabilidad.  

-Tienen la responsabilidad de ser recíprocos por lo que hicieron sus padres por ellos -argumentó la psicóloga.

Paz Castillo menciona que el dinero no lo es todo y que el mercado de las academias puede generar algunos vicios irremediables, como la falta de educación. La profesora universitaria deja muy claro que el vínculo con los padres debe ser muy fuerte, elemento que permitirá contrarrestar el hecho de saber que ellos son un producto.

– Ellos sabrán que luego de esto pueden tener mayor éxito como seres humanos -concluyó Paz Castillo.

Pariguan concretó su meta, un reto que los morochos esperan tener en sus manos. Los hermanos Palacios apagaron la luz de su cuarto decorado con el logo de Pittsburg. Cenan, se bañan y se alistan para dormir en la litera. El derecho arriba y el zurdo abajo. Sin palabras antes del sueño, descansan para al día siguiente continuar su rutina. Una y otra vez hasta lograr su sueño y el de sus familias. Si uno de ellos logra la firma sería un éxito de dos. Un garabato con olor a tinta de progreso.

– De firmar él, le diría que trabaje fuerte, que nunca eche para atrás. Y que luche hasta final -dijo Guillervi a su hermano.

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